Vivimos tiempos convulsos, con despiadados volcanes en erupción y terremotos humanos sacudiendo las conciencias. Movimientos telúricos que nos recuerdan lo vulnerables que somos. Sin embargo, esta mañana me he despertado en mi cama, después de una semana mágica de diáspora en la isla de La Palma, y me he enfrentado a mi realidad y a la del mundo, tan apocalíptico, con un recuerdo sanador en la memoria: mi reencuentro con Los Llanos de Aridane, con un mar de nubes sobre la Caldera de Taburiente, con grandes telescopios espiando al Universo y, sobre todo, con amigos nuevos y de siempre que aman como yo a la diosa Literatura. Ahora, sus libros me acompañan como otros soles amarillos en mi vida. Gracias a todos los nombres propios vinculados al Festival Hispanoamericano de Escritores por permitirme una vez más esta tonificante experiencia.
Con amigos en el Festival Hispanoamericano de Escritores. No están todos los que son, pero sí son todos los que están.