El imperio de los sentidos

«Elena se resistía a creerlo. Erika era capaz de muchas cosas y ella sabía mejor que nadie de su promiscuidad. Juntas habían hecho el ‘juramento de las hetairas’. No se doblegarían a ningún hombre, tomarían siempre la iniciativa sexual y se acostarían con quienes quisieran. Podían ser hombres y mujeres, parejas o grupos y, en principio, sin ninguna restricción, manteniendo solo las debidas precauciones y dentro de un orden. Puro sexo, relaciones consentidas y sin ataduras de ningún tipo».

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